Fueron los babilonios los primeros en fabricar loza, tres mil años antes de nuestra era. La cerámica en general y los alfares en particular son todavía más antiguos. El concepto de vajilla como colección de las diversas piezas que forman parte de un servicio de mesa preconcebido, aún no había nacido.
Origen de la vajilla
Se cuenta de Cleopatra, reina de Egipto, que tras ofrecer a Marco Antonio un suntuoso banquete de despedida le regaló la vajilla de oro y los vasos de plata utilizados.
Al parecer, de aquella cortesía procede la costumbre posterior de no comer dos veces en la misma vajilla en que se ha agasajado a un personaje principal.
Hubo normas de carácter suntuario, así como de protocolo en relación con el uso y despliegue de vajillas en la mesa. Así por ejemplo, en la Roma imperial un senador fue desposeído de su rango porque en un banquete se atrevió a usar una vajilla tan lujosa que el peso de sus piezas superaba en mucho los kilos de plata asignados a los de su clase.
La vajilla era signo externo de preeminencia social. En la China del siglo VI existían valiosas vajillas de porcelana, pero la ausencia de contactos en época tan temprana hizo que no se conociera el producto en Occidente hasta siglos después.
En la España medieval, en zona musulmana, se introdujo la técnica de la fabricación de loza, ya casi olvidada, difundida poco a poco por el resto de la Península. No obstante esto, documentos de hacia el año 1000 hablan de “vajillas de madera para la Casa del Señor de Aragón” a un precio que, a pesar de la pobreza del material empleado, resultaba casi prohibitivo.
En la Edad Media poseer una buena vajilla resultaba excepcional, era tan caro que a menudo el rey prescindía de ella, lo que le sucedió en alguna ocasión a Enrique IV, que tuvo que solicitar de las Cortes de Burgos un impuesto extraordinario que se llamó “para la compra de vajilla del Rey Nuestro Señor”.
Sin embargo el rey de Nápoles, también a mediados del siglo XV, dio un banquete al de Aragón en el que la vajilla fue uno de los protagonistas. Su despliegue ocupaba una pared lateral del amplísimo salón. Donde se había situado un aparador con ochenta piezas de plata y otras tantas de oro, fuentes, jarras, platos y copas.
Junto a aquella riqueza había trescientos platos de loza. La porcelana no había llegado aún a Occidente, así como escudillas, tazas y jarritas para el vino. Todo el servicio o vajilla estaba pintado con los colores de la Corona de Aragón, sus famosas barras amarillas y rojas. Los comensales se sentaban a la mesa al son de redoble de tambor.
Por lo general, el conjunto de platos y demás enseres relacionados con el servicio de mesa recibía el nombre de aparador. La palabra vajilla, aunque se empleaba en Castilla a principios del siglo XVI, seguía teniendo cierto matiz culto. Era voz de origen valenciano, en cuya lengua vaixella dio lugar al término.
La vajilla de porcelana no se introdujo en Europa hasta el siglo XVII, en que los ingleses monopolizaban su importación. La materia prima empleada en su elaboración, el caolín, se encontraba por entonces sólo en China. Esta sustancia mineral fundida con el feldespato a mil doscientos cincuenta grados daba la porcelana.
Con paso del tiempo, el producto se abarató y se generalizó el uso. Sobre todo cuando el barón Schnorr descubrió en 1698 en Sajonia el primer yacimiento de caolín de Europa. Sus coetáneos y compatriotas F. von Schirnahaus y Johann Friedrich Böttger pusieron a punto el proceso de fabricación de porcelana.
A partir del siglo XIX y siglo XX materiales diversos han sido utilizados para su elaboración, haciendo del antaño artículo de uso exclusivo, un artículo de consumo al alcance de todos.